El alma nunca llora
Pedro Cabrera (Juglares del s.XXI)
El alma nunca llora. Sólo el cuerpo es quien sufre
el dolor, el cansancio, el placer y el insomnio.
Sólo el cuerpo está triste. Y su pena se pone
densamente fruncida de violetas arrugas.
Se refugia el espíritu en su pulpa preclara,
como un huésped de lujo en su albergue reside;
es él el instrumento de sus arduos designios
y en él queda la huella de sus mil quehaceres.
Si una persona nace, la carne es la que surge
de la templada fuente de la matriz madura;
si un ser se desenvuelve, es ella quien prospera
y merece la gloria de la estatua perenne.
Se nombra y apellida la piel independiente,
la identidad señera es facultad del rostro,
el labio es el que besa, el ojo es el que gime
y el músculo es el que goza del amor y la guerra.
Las vísceras sumidas en la región oscura
adonde no destella el luminoso elogio,
esgriman sus colores que la ovación ignora,
propician endocrinas el fausto de la vida.
La sangre se fatiga del tráfico envasado
y el trombo de los años un día lo interrumpe,
el tiempo es un suceso que ocurre a la materia
y, cuando se consume, el cuerpo es quien se muere.
Y aun en ese trance, al pacto sobrevive
su testimonio mudo cuando deserta el alma;
y queda bien yacente su afán de permanencia,
su lealtad al polvo, su vocación terrestre.
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