martes, 5 de agosto de 2014

ENSEÑADOR DE DIOS

                                                               CASTILLO INTERIOR
Jesús de Nazaret es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Su vida humana nos revela la imagen de Dios. Está en nosotros. Borrada, empañada o semi-oscura. El nos abre el camino para descubrirla: como un grano de mostaza, como un tesoro escondido, como una piedra de gran valor… no bastan las palabras, Jesús busca parábolas, imágenes del reino de Dios, como lenguaje que más se  le aproxima.
En todas ellas nos enseña nuestra riqueza, nuestro verdadero yo. ¡Riqueza escondida a nuestros propios ojos! Y, a medida que nos desvela nuestro verdadero ser, nos revela a Dios. Es su ENSEÑADOR.

La cumbre de una montaña, lo hondo del mar, el color del aire cuando es trasparente, el murmullo del viento cuando roza al pasar, la belleza de la tierra. Todas las imágenes sirven para explicar el misterio, ninguna lo alcanza, sólo pueden sugerirlo. Es el secreto de un Dios que se oculta en nosotros, como una luz encendida en medio de nuestra oscuridad.


También Teresa recurre a los símbolos, a las comparaciones, para llevarnos al interior de la morada más profunda, en la que Dios está, y donde nosotros podemos habitar. 

Siempre como aproximaciones, como señales en la noche, como las huellas que nos van dejado los soñadores de Dios, los vigías de la historia, peregrinos de lo absoluto. Nuevas cada vez que se narran, y nuevas cada vez que se descubren, cada vez que se escuchan, cada vez que alguien las sugiere.

El terreno abonado para esta riqueza de lenguaje simbólico es la Biblia. Desde hace miles de años ha servido de inspiración a los rastreadores de Dios de todos los tiempos. Para Teresa es su fuente más profunda, el manantial de donde brotan sus imágenes. En ella están sus raíces.

Nos guía la Palabra de Jesús, su enseñanza. El nos lleva a buscar a Dios y a encontrarnos a nosotros en el mismo movimiento, en la misma interiorización.

“Si alguno me ama guardará mi palabra y mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. (Jn 14,23)

La obra cumbre de Teresa es como un evangelio de parábolas, lleno de luz y color. Ella lo titula: 

CASTILLO INTERIOR

En esta obra de las Moradas, nos brinda sus mejores imágenes, a cual más bella, a cual más sugerente. Entre todas, elegimos siete, el número es ya un símbolo.

1. Castillo interior

La imagen del Castillo no es nueva, nos la había brindado en Camino de Perfección. En realidad las imágenes se le desparraman en todas sus obras.

“Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas… que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, mas resplandecen las  piedras; y que en este palacio está este gran  Rey… y que está en un trono de gran precio que es vuestro corazón”. CV 28, 9


Teresa nos invita a contemplar la maravilla, la riqueza que somos, nuestra gran capacidad, como la de una creación a imagen de Dios. Nos muestra la cima antes de emprender el camino, la belleza antes que el esfuerzo.

“Dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza…” Y para que no dudemos de nuestra posibilidad, nos asegura muy mucho que nuestra capacidad El va ensanchándola poco a poco. El es el que tiene el poder de hacer grande este palacio. En nosotros está el arriesgarnos a entrar en una aventura de libertad y osadía. El, El señor de la libertad, nos enseña y acompaña, nos guía, nos lleva de su mano por una puerta y un camino que se labran en la oración.
Con humildad y con transparencia, Teresa confiesa: La imagen le es dada.


“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima”. 1M 1,1



“Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho- muchas moradas: unas en lo alto, otras en  bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”. 1M 1,3

“Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él. Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es”. 1M 1,5




2. La abeja en la colmena



Es el trabajo de los comienzos, son las primeras moradas.



“Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, enderedor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada que El está, que jamás -por encumbrada que esté- le cumple otra cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores; así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el propio conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos - suelen decir-. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra”.  1M 2,8



“No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes”.  1M 2, 9


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