viernes, 30 de enero de 2015

Texto completo de la conferencia

Amigos fuertes de Dios: Teresa de Jesús y Pedro Poveda
Centro Cultural DARI 28/1/2015   Maribel Sancho
Les tengo que confesar que me ha costado elegir qué forma darle a mi intervención, porque entendía que cuando las organizadoras del programa unían a Teresa y a Poveda bajo el epígrafe de amigos fuertes de Dios, querían que se les contemplara así, unidos bajo ese prisma tan sugerente: amigos fuertes de Dios y no, Teresa por un lado y Poveda por otro.
 Por otro lado, mi intervención forma parte de todo un ciclo de conferencias – muy bien concebido- que van focalizando los aspectos más importantes de la vida y obra de Teresa de Ávila. No debía repetirme.
Por ello, he decidido articular mi charla en dos partes; por un lado vamos a poner en paralelo las biografías de Teresa y Poveda desde el ángulo que se me ha pedido: amigos fuertes de Dios. Y para ello, haremos tres incursiones en la vida de ambos, que lo prueban. Abordaremos en primer lugar la amistad de Teresa y Poveda con el Señor. En un segundo momento, me fijaré en la pasión por la Iglesia de ambos, hasta morir por ella, como cristalización de esa amistad. Y, finalmente, el carisma de fundadores que los dos recibieron, como verificación y fruto de una amistad probada.
En la segunda parte de mi intervención, voy a intentar mirar a Teresa con los ojos de Poveda, lo recíproco no es posible por las leyes de la cronología, para ver qué encontró Poveda en ella para darle a su Obra su nombre, como señas de identidad y de la actualidad de su mensaje. «Desde el principio de la Obra —escribe— fue mi propósito que las teresianas estudiaran, conocieran, aprendieran y reflejaran en sus vidas el verdadero y genuino espíritu de Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús». Y mucho antes de pensar en la fundación de la IT él nos dice que lo primero que hizo al llegar a Guadix fue introducir la imagen de Santa Teresa. Quiere decir que desde muy joven Poveda siente por Teresa una gran atracción.


Teresa y Poveda amigos fuertes de Dios
Comienzo por Teresa. Si algo explica la personalidad de Santa Teresa es su disposición casi genética para la amistad. A su contacto florece la relación más empática entre las personas. Tenía particulares cualidades para hacer felices a quienes la rodeaban. Adolescente, reconoce: “el Señor me dio esta gracia, de agradar a todos, donde quiera que estuviese” (V 2, 8). Amaba y era amada. Extremosa aquí, más que en otros sectores de su vida. “Tenía una grandísima falta de donde me vinieron grandes daños y era ésta: que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad y si me caía en gracia, me aficionaba tanto que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender a Dios, mas holgábame de verle y de pensar en él y en las cosas buenas que le veía. Era cosa tan dañosa, que me traía el alma harto perdida.” V 37,4…aunque no ofendía a Dios con ellas, era mucha afición, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas; y así decía, pues no ofendía a Dios, que porqué había de ser desagradecida.” V 24,5
Sería innumerable la lista de amigos y, en ocasiones de muy amigos de la Madre Teresa que aparecen en su vida. Sus cartas ayudan a hacer este inventario.
Pero no nos llevemos engaños, la vida afectiva de Teresa sufrió de un gran desequilibrio casi durante cuarenta años. Su manera de ser le creó muchas veces dependencias incómodas, manipulaciones y apegos esclavizantes de amigos y parientes.
La preciosa energía afectiva que Teresa llevaba dentro no estaba unificada en una relación central con el Señor hasta el momento de su conversión. Es posible y legítimo amar al mismo tiempo a diversas personas, pero no es posible estar enamorados más que de una sola. Más aún, es el estar enamorado de alguien lo que capacita para amar también a otros. Es lo que sucede en el plano humano y también cuando uno se enamora de Dios.
Todo esto, naturalmente, el ser poseído y también la certeza de no perder nada en esa relación, no puede darse sin el esfuerzo de una cierta higiene del corazón, de la mente, de los sentidos y de la voluntad. Teresa lo sabe, pero durante más de veinte años no puede o no quiere darse del todo, y por eso con gran clarividencia escribe: parece que quería concertar estos dos contrarios –tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales (V.7, 17) tratar con Dios y con el mundo. (V.8, 3) Procuraba tener oración, - y sabemos que para ella tener oración no es sino tener amistad con el Señor- más vivir a mi placer (V.13, 16)
La crisis fue crónica. Con subidas y bajadas. Vivida con angustiosa claridad y nunca perdida, ni siquiera amortiguada, la sensibilidad. Crisis de amistad, de totalidad en la entrega. Con enorme lucidez escribe ella se remediara todo no empleando en nadie mi amor sino en Vos. (V.4, 3). Confiesa su impotencia: Háceme estar temerosa lo poco que podía conmigo, y cuán atada me veía para no me determinar a darme del todo a Dios (V. 9, 7).
Por el contrario Dios se le daba sin mesura. Aquí las citas serían innumerables. Dios tanto me esperó. (Pról. 2)Tanto me ha sufrido… (V.4, 11) Siempre da oportunidad (V.7, 12) amigo que sólo da la mano…que con regalos grandes castigabais mis delitos (V.7, 18). Dios, orfebrería de misericordia con Teresa, “ganoso” de ganarla, le cerraba todas las falsas salidas y le abría la “vuelta” a la amistad sin fisuras.
Y así casi veinte años de su vida religiosa. Desde su profesión en 1535 hasta 1554. Con la calificación radical de esta etapa, certera como siempre, que nos da la misma Teresa en repetidos pasajes de su Autobiografía: hundida en una sombra de muerte, con experiencia de atamiento y esclavitud. Y muy cansada. Aún a distancia de diez años cuando escribe sobre ello dice : todavía no sabe cómo pude sufrirlo un mes, cuanto más tantos años (V. 8,2). Como pude pasar, me espanto. (V.19, 11). Su salud se rompe: “desmayos”, “mal de corazón”, y otros muchos males juntos.” Teresa somatiza la tensión interior a la que está sometida. Moralmente, no hay una concentración amorosa, afectiva en Dios. Hay un desajuste de amor. El punto más álgido de la crisis se sitúa hacia 1542-43, tiempo en que abandona la oración, año y medio, ella lo califica “el tiempo que estuve sin ella era mucho más perdida mi vida”. Crisis de totalidad en la entrega.
Colofón de este periodo, bautizado, porque vivido por Teresa, como guerra tan penosa (V.8, 1), son estas palabras que definen como pocas la etapa que acabamos de reseñar sucintamente: Hasta que por su bondad el Señor lo puso todo, ya verá vuestra merced (su confesor) que no ha habido en mí sino caer y levantar. (V.31, 17).

Conversión definitiva
Nunca es la criatura quien toma la iniciativa de la conversión, sino Dios. Y esta iniciativa de Dios no es siempre milagrosa como la caída del caballo de San Pablo. Lo normal es que la gracia actúe en secreto utilizando los mecanismos psicológicos de la persona. O las influencias exteriores: una persona, una lectura, un encuentro. Este fue el caso en la conversión de Teresa.
Era la cuaresma de 1554. Teresa tenía 39 años. Y he aquí lo que ocurrió: “Pues ya andaba mi alma cansada y –aunque quería- no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrójeme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle. (V. 9, 1). Y se produjo el milagro. “Creo cierto me aprovechó porque fui mejorando mucho desde entonces...es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía. La que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas es que Dios vivía en mí, a lo que me parecía.” (V.23, 1).
El cansancio y la esclavitud cedieron el paso al descanso y a la libertad. Teresa nacía de nuevo. Atrás quedaba una curva zigzagueante de su vida, el caer y levantar. Término y comienzo. Ella va a encontrar la unidad de su ser profundo, haciendo a Cristo la entrega de toda su afección de mujer que era mucha. De toda su capacidad de amistad. Ella será todo para El y El será todo para ella. Aquí nace Teresa la Santa, la de Jesús. La amiga fuerte de Dios. A los pies de Cristo llagado arrojó Teresa la confianza en sí misma –que no le había conducido sino al fracaso- y la confianza en Él, ni sólida, ni plena hasta entonces: “Pero esta vez de esta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía toda mi confianza en Dios, Paréceme le dije entonces que no me levantaría de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba.”

Dios la sorprenderá y la desbordará con su presencia. El toma las riendas y el protagonismo de su vida. Aquí nace la Santa andariega; peregrina, como la califica el papa Francisco; mujer de caminos, fundadora y Santa. Marta y María andan juntas ya en Teresa. El amor a Cristo hace a Teresa insaciable y la introduce en el vértigo de la totalidad sin fondo: ¿Qué hacemos por Vos, Hacedor nuestro? Que es tanto como nada (C. 16,6) O somos esposas de tan gran rey, o no: si lo somos, ¿qué mujer honrada hay que no participe de las deshonra que a su esposo hacen?...Pues tener parte en su reino y gozarle, y de las deshonras y trabajos querer quedar sin ninguna parte, es disparate. (C. 13, 2).
La Santa lo sabe bien. Amar al Señor no basta. Quien pretendiese tener experiencia de Dios amándolo con todo su ser, pero olvidándose de quien vive junto a él caería en la más ilusa de las ilusiones. La amistad con Dios y con los hombres no es divisible. Es lo que pretende la Santa con “las cosas necesarias” para quien quiera llegar a ser amigo fuerte de Dios. En la explicación de estas “cosas necesarias “se detiene 21 capítulos de su camino de Perfección. No puedo detenerme en ello, pero sí quiero decir que la preocupación rectora en todo su camino de perfección y de toda su pedagogía de oración, será siempre cuidar y propiciar, discernir, intensificar y purificar la relación con el prójimo para poner cimiento seguro a la relación con Dios. Teresa viene a definir la amistad como un amor recíproco y desinteresado en el que se da una permanente correspondencia. Porque cuando en una amistad se cruza el “interés”, la amistad se rebaja hasta desaparecer. Ella lo ha probado muchas veces y lo expresa con claridad: Con qué amistad se tratarían todos, si faltase interés de honra o de dineros. Tengo para mí se remediaría todo. (V 20, 27). Estamos ante la exigencia de la amistad: salir de sí; darse en posesión al amigo. Llega a emplear un término que quizá hoy nos choque a nuestra sensibilidad “esclavo del amor”. Se pregunta la Santa ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Podríamos decir amigos fuertes de Dios- Hacerse esclavos de Dios, a quien señalados con el hierro, que es el de la cruz, porque ellos ya le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo como Él lo fue (7M 4, 9).
Me van a permitir aún una alusión más a cómo Teresa vive su amistad con Dios porque encontraremos luego también paralelo en Poveda. Ya tiene que ser muy breve, sólo insinuarlo; supla vuestro conocimiento del tema a mi brevedad. Y es su contemplación de la Humanidad de Cristo. Serían interminables las citas que atestiguan esta afirmación. Elijo una y escúchenle a Ella: Así que vuestra merced, señor, no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de contemplación. Por aquí va seguro. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado?,….Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí…Es tan gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano… (V.22, 9)
El Dios de Teresa, revelado en Cristo hombre, se hace cercano a la mujer y al hombre de hoy, huérfanos frecuentemente de amigos de fiar.

Pedro Poveda, amigo de Cristo
Así como en el caso de Santa Teresa tenemos como fuente directa su propia autobiografía, en el caso de Poveda me tengo que valer de sus biógrafos, porque el tomo de su diario íntimo aún no ha salido a la luz y Poveda ha sido parco en hablar de sí mismo. Sí es interesante al respecto el primer tomo de su epistolario en donde Poveda indirectamente nos permite entrar en su mundo interior, al hilo de los consejos que da a otros. Carmen Rita García, responsable de la edición crítica del epistolario dice: “Sus cartas de estos años, -se refiere a los años 1910-1917- con intermitencias y elocuentes silencios, en los momentos límites, recogen fragmentos inestimables de la biografía interior y de las peripecias del autor para llevar adelante sus empresas evangelizadoras que no se encuentran en otras fuentes.”
Y siempre tenemos su vida y su obra.

Me arriesgaría a decir, que si bien Poveda no nace santo, sí es de esas personas privilegiadas que desde muy niño orientan toda su afectividad hacia Dios, sin fisuras. Esto es un don que Dios da a quienes Él se elige. Flavia Paz Velázquez en sus Cuadernos biográficos habla, refiriéndose a Poveda en sus años jóvenes de seminarista, del “exceso como norma”. En el seminario de Guadix fui excesivamente piadoso –si es posible expresarse así- pero no recuerdo ni una sola vez en que lo fuera por consideraciones humanas. (PP. Relación autobiográfica Jaén 1915. Citado por Flavia.). Este exceso, él lo dice bien- no nace de búsqueda de la gloria propia y de otras consideraciones humanas. Le nace de su amor profundo a Jesucristo.
Un alumno suyo, posteriormente escritor y novelista Don José Valverde, cuenta que “al llegar Pedro Poveda a Guadix, impresionó a todos, porque aquel seminarista no era como los demás. Su espíritu delicado, fino, era imán que atraía a todos… “Es el sello inconfundible de los hombres y mujeres de Dios, que más tarde comentará el propio Poveda.
Quiero traer aquí un fragmento de una carta escrita –desde Covadonga, anterior a 1910-a un joven seminarista de Guadix. Queda atrás la prueba del exilio, la calumnia, el aislamiento, meses sin poder celebrar la eucaristía…un largo calvario del que el propio Poveda renuncia a hablar y, cuando lo hace, brevemente once años después de su salida de Guadix, en unas breves cuartillas íntimas, no figura ningún nombre de las personas que tan dramáticamente incidieron en su vida; tan sólo dice:” cuando vieron que marché y no podían saciar su odio –si era odio lo que tenían- sonó la explosión sin caridad alguna… Había quizá empeño en destrozarme .No me enseñaron poco aquellos días de incomparables amarguras.
Pues bien al rescoldo de esta experiencia que de no estar enraizado en Cristo pudo haberle frenado en su decidido camino a la santidad y en su vocación sacerdotal, Poveda sale reforzado en su amor de amistad con Jesucristo: yo, además, -escribe a su dirigido para animarle a la santidad carta nº16- soy, bien por temperamento, ya por afición, o por convencimiento, enemigo de las medias tintas. “El que no está conmigo está contra mí” –dijo el Salvador- y yo creo que no hay medio de estar con Jesús sino siendo todo suyo, y el que así se entrega va hasta lo último, y lo último en este camino es la cruz, puerta del cielo y principio de la nueva vida, que es a su vez, consecuencia de la de martirio y sufrimiento. Yo no sé explicarme esos regateos de las almas piadosas; yo no creo en las virtudes a medias, yo creo que si conocemos a Jesús necesariamente hemos de amarle con todas nuestras fuerzas –he aquí al amigo fuerte de Dios- y si le amamos así ¿qué podremos negarle? ¿Qué desear sino lo que Él desea? ¿Cómo vivir sino con su misma vida?...santidad de comodín es mercancía falsificada; santidad que vive amándose a sí propio y con voluntad propia es sacrilegio. Yo no sé pensar de otro modo, ni quiero pensar de otra manera….Además –y sigo en el tema- yo, sabiendo bien lo que Jesucristo hizo por mí amor –aquí está la clave de esta radicalidad para Poveda como lo fue para Teresa en el momento de su conversión- por mi salvación, sin mérito alguno de mi parte, sin merecerlo yo; -repito-,cuando veo esa generosidad y siento ese amor, no sé quedarme con cosa alguna; necesito darme todo, y además quisiera darle a Cristo todo el mundo….cuando pienso en el amor de Cristo y veo que jamás se acaba doy riendas suelta al mío Expresiones cargadas de una fuerte experiencia espiritual, que permiten entrever la calidad de la amistad de Poveda con Jesucristo, sintetizada al final de su vida en una frase de honda raigambre Povedana: “Señor, que yo piense lo que Tú quieres que piense; que yo quiera lo que Tú quieres que quiera; que yo hable como Tú quieres que hable; que yo obre como Tú quieres que obre. Esta es mi única aspiración”.
Muchas serían las citas que podría traer al respecto, pero el tiempo pasa. Sin embargo no puedo eludir el tema del martirio como la prueba suprema del amor. Lo ansiaba. Se preparó a él durante toda su vida. Pidió explícitamente la gracia del martirio en 1926, cuando nada en España hacía pensar en esta posibilidad. Y Cristo le tomó la palabra. Fue una madrugada de julio, libre y responsablemente. Por fe y por amor: soy sacerdote de Jesucristo, contestará a quien le preguntaba para juzgarle.
Es desde esta identidad desde donde él se ha vivido siempre y por ello pudo decir cuando él intuía que se acercaba la hora: “Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al Señor, cómo alentaban a sus hermanos!”. Expresión de un “amor curativo”, curativo del dolor, de la ira, del revanchismo que degradaban los ambientes íntimos, la calle y la prensa de aquellos días. Sí, Poveda fue un amigo fuerte de Dios.

Pasión por la Iglesia.

Volvemos de nuevo a Teresa. Muy brevemente, porque este tema será objeto de la conferencia que me sigue.
Entre los años 1562-1565 la Iglesia histórica entra con todo su estremecedor realismo en la vida de Teresa. Lo cuenta en Camino capítulos 2 y 5.
“En este tiempo vinieron a mi noticia los daños de Francia y el estrago que habían hecho estos luteranos, y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta –tiene de ellos una visión estereotipada y conforme a la España de su época- .Diome gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Pareciome que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin, e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor – (abro un paréntesis) subyace en estas palabras una rebelión implícita contra la costumbre secular de apartar a la mujer del ministerio dentro de la Iglesia. Ella se somete a sus decisiones, porque, por encima de todo, se considera “hija” suya; pero en el fondo de su alma vibra la protesta contra lo que veía ser una injusticia. Los que quieran estudiar los brotes del movimiento feminista en la historia y en la iglesia católica, podrán encontrar en los escritos de Santa Teresa un fuerte apoyo- y toda mi ansia era y aun es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos, - fuertes dirá en otro lugar- determiné hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo…y que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia, y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen aquellos a los que ha hecho tanto bien…
Remarquemos que para Teresa la Iglesia se identifica con Cristo de una manera tan realista que las persecuciones a la Iglesia le parecen otras tantas heridas reales hechas a la persona del Amigo como en el momento de su vida mortal. Y ha vivido estas afrentas a Cristo como un drama personal por el que daría mil muertes, como ella dice. Por ello, podríamos decir que Santa Teresa eclesializa toda su existencia y la existencia de la comunidad. A Dios se glorificaba haciendo Iglesia pues es para gloria suya y bien de su Iglesia que aquí van mis deseos.
La situación eclesial la percibe como una llamada a la coherencia vocacional. No es tiempo para perderse en mediocridades, amparándose en el medio ambiente, ¡cuánto nos puede decir hoy para el ambiente de corrupción que nos rodea¡ sino para la decisión de ser. Pensaba qué podría hacer por la Iglesia y pensó que lo primero era seguir el llamamiento vocacional con la mayor perfección que pudiese. El cuestionamiento de estructuras o de la institución eclesial, lo transforma en cuestionamiento del ser, la estructura última, la más determinante, para bien o para mal. Le preocupará esta perspectiva: qué tales habremos de ser. Ser tales dice la Santa en Camino 3,2 que valgan nuestras oraciones. Estando encerradas peleamos por Él.
La actual directora General de la Institución teresiana Maite Uribe, en su carta a la IT por la apertura del centenario se hace eco de esta preocupación teresiana y nos la deja como pregunta y divisa del año centenario: qué tales habremos de ser.
Continúa Teresa: “Estase ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo –como dicen- pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.”
Vemos aquí ese carácter de urgencia que la Santa siente y que Pedro Poveda repetirá una y mil veces en sus escritos “nunca como ahora” para apremiarse a sí mismo y a los demás a la cita con su tiempo, a ir más allá de las meras palabras, a ponerse a la altura del momento, a vivir con talante de emergencia.
Hoy, podemos decirle: Teresa, también el mundo arde por muchas partes y es testigo de grandes injusticias con muchos hermanos nuestros. Ojalá nos muevas a decir como tú “esos hermanos perseguidos por su fe no me cuestan poco…esas diferencias raciales (que tu conociste a través de tu sangre judía) no me cuestan poco…esos inmigrantes (todos tus hermanos lo fueron) no me cuestan poco…ese dolor de mis hermanos desahuciados en tantas realidades, no me cuestan poco.
En las últimas horas de su vida su famosa frase “al fin muero hija de la Iglesia”, que ella pronuncia con alegría y descanso, es el grito noble de una mujer que ha defendido con coraje la gracia de pertenecer a la Iglesia, que ha sufrido por saberse juzgada y que ha temido de verse condenada. Pero permanece en ella, pese a todas sus lacras,; porque en ella sabe que está su hogar, porque es el hogar de Jesús. Dejarla, rompiendo ataduras jurídicas o afectivas, es dejar a Jesús. En estos días nos lo recordaba el Papa Francisco. Como “poner a su Iglesia por los suelos, es tornar a Jesús a la cruz.”

¿Y Pedro Poveda?
Los poetas y cantautores ponen palabras a realidades profundas, difíciles de expresar. Voy a tomar prestadas sus palabras a una cantautora, Elia Fleta, para referirme a la pasión por la Iglesia de San Pedro Poveda. Ella pone en boca del santo:
Yo sólo fui un instrumento/ que se hizo piedra viva/ de la Iglesia que más quiero/ por la que yo di la vida/ y me hice Pan y Sangre, con Jesucristo.
Para Pedro Poveda esta comunión con la Iglesia fue algo querido, amado sufrido y vivido con su máxima profundidad, hasta dar la vida en ella por anunciar a Jesucristo. Y la vivió con una identidad nunca desmentida: soy sacerdote de Cristo. Lo último que pronunció estando en este mundo, cuando fueron a buscarle. Ha nacido para ser sacerdote. Desde su infancia soñaba con ello. Diríamos que es la razón secreta de su vida. Y como quien sabe que esta misión y el modo de realizarla, lo ha recibido como un don de Dios mismo, Pedro Poveda se entrega a ella “con exceso”, sin poner condiciones. Junto a su deseo de celebrar la Eucaristía todos los días de su vida, estaba su petición constante: Señor, que yo sea sacerdote siempre en pensamientos, palabras y obras.
Este hombre interior – calificativo que dio Dolores Gómez Molleda a un estudio sobre el perfil espiritual de Pedro Poveda- que pide humildemente a Dios pensar, hablar y obrar siempre como sacerdote, tiene las antenas abiertas al mundo para que no se le escape en él ni un rastro de su Dios. De este Dios, por cuya voluntad vive, y a la que descubre a través del rostro humano que pugna por su dignidad.
Supo escuchar y hablar, acoger y comprender. Dada la complejidad de la situación histórica que le tocó vivir, si se hubiera recluido en la soledad de Covadonga, no hubiera sabido responder a las exigencias que el Evangelio planteaba a su tiempo.
Sacerdote incómodo – título de otro libro- que le define bien. Inquieto, transgresor de fronteras - un sacerdote en salida diría hoy el Papa Francisco- en busca de soluciones nuevas y eficaces, de nuevos panoramas para dilatar la secular andadura de la Iglesia. Esto le trajo incomprensiones en círculos eclesiásticos, no sólo en sus inicios sacerdotales en Guadix, sino también en Jaén, cuando hasta el Obispo planteó a la Institución naciente, año 1918, que Pedro Poveda no continuase formando parte del Directorio de la Obra y hasta las presiones del Obispo para que no fuera a Roma a presentar su Obra al papa para su aprobación. Ni se le nombre como fundador en el Breve pontificio de aprobación de la Obra. Sólo 11 años después Josefa Segovia –que lo vivió con angustia y dolor- consigue un segundo Breve donde consta que él es el Fundador.
Poveda recorre mansamente los caminos de la resistencia. Su actitud y respuesta ante las acusaciones ha sido siempre el perdón y el silencio hasta el heroísmo. Ciertamente aduciendo razones que podrían haber disipado cualquier equívoco; haciendo propuestas que habrían conciliado las dificultades, que habría tendido puentes entre la Iglesia de su tiempo y el mundo. Una Iglesia la suya, como en los tiempos de Teresa, belicosa y a la defensiva. Pero, llegado el momento, sabe que está ofrecido a la obediencia de la fe. Cuántos le han juzgado débil, ignoran su capacidad de resistencia y su fuente. La mansedumbre, la afabilidad, la dulzura, son las virtudes que conquistan el mundo…el caudal de fuerza del corazón está en relación directa con el caudal de mansedumbre. Porque en la violencia el hombre se deja llevar de sus pasiones; en la no violencia, es el hombre quien conduce y quien lleva el timón de su vida.
Recojo una carta de un compañero de estudios, que muestra en Pedro Poveda un sacerdote capaz de hacer sentir la religión: “…En estos días de requetés y curas trabucaires es raro encontrar un sacerdote que una, a la gran ilustración que él posee, la tolerancia que supone charlar amistosamente conmigo sobre los más trascendentales problemas, sin que jamás apareciese el teólogo, ni en sus ojos brillase el fulgor de Torquemada; pero es el único que me ha hecho sentir la religión, hasta el punto de deplorar no tener fe”.
“Al fin muero hija de la Iglesia”; “soy sacerdote de Cristo”, últimas palabras de los dos amigos fuertes de Dios que reivindican a la hora de la verdad la razón de ser de la propia vida.

Fundadores
Con maneras diferentes de vivir una misma amistad con Dios: que da lugar a dos carismas en la Iglesia, pero con rasgos comunes: los dos, Teresa y Poveda tuvieron el corazón y la cabeza en el momento presente, cada uno en el suyo. Precisamente esta frase “amigos fuertes de Dios”, acuñada por Santa Teresa, en el libro de su Vida escrito entre 1554 y 1562, y tomada íntegramente por Pedro Poveda, que la comenta para sus seguidores en 1929, se aplica a dos momentos históricos muy críticos. Y ambos dicen: “En estos tiempos son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos”.
Los dos tuvieron capacidad y fuerza de Dios para convocar a otros para una misión que ambos sentían con pasión y con carácter de urgencia. Y ambos pidieron a los que les siguieron, a su vez, ser amigos fuertes de Dios, como condición. Y es aquí donde Poveda se inspira en el talante cristiano de la Santa.
Teresa emprende una apasionante empresa: sin repudiar a la Iglesia de su tiempo- que a ella más que a nadie como a los mejores cristianos del momento le dolía, sino asumiéndola como la Iglesia de Jesús, ella reivindica una vuelta a los orígenes: empeñarse a fondo con todo lo que pudiéramos a vivir con radicalidad el ideal evangélico. En su época esta radicalidad se expresaba en seguir con perfección los consejos evangélicos. Así sus conventos serán un palomarcico de buenos cristianos con poder de expansión y de presencia evangélica en medio de la humanidad.
Ante una teología seca, Teresa reivindica una espiritualidad nueva, convencida de que una vida interior auténtica es un gran servicio a la Iglesia y, finalmente, ante la imposibilidad de un apostolado directo por estar prohibido a la mujer, Ella hace eso poquito que le dejan: dar a la vida contemplativa una finalidad apostólica, rezar por los sacerdotes y por aquellos que están en la primera línea de la predicación, predicadores y letrados. Es, sobre todo, en este punto de unir vida contemplativa y vida apostólica en lo que Santa Teresa ha sido una innovadora en la Iglesia.
Probablemente hacia 1571, se hace eco de los “dichos” de quienes “les parecía mal que yo saliese a fundar”. Hasta el Nuncio de su Santidad entra en juego y se pronuncia abiertamente contra Teresa que va “de acá para allá fundando y visitando monasterios…Fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra el orden del concilio Tridentino y prelados, enseñando como maestra lo que San Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen”. Como Poveda, incomprendida por los de dentro en su carrera de fundadora
Con ocasión de una palabra mística que Dios le comunica ella escribe no sin cierto humor: “parecíame a mí que, pues San Pablo dice del encerramiento de las mujeres – que me han dicho poco ha, y aún antes lo había oído que ésta sería la voluntad de Dios – díjome el Señor: ‘Diles que no se sigan por solo una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos.(CC16)

Los tiempos de Poveda no fueron mejores que los de la Santa, pero sí distintos. El distanciamiento entre modernidad y fe, entre vida y religión en la sociedad española de su tiempo fue uno de los temas que más le preocuparon y Poveda aportó su manera creyente de dialogar con su mundo: “asumir desde un cristianismo exigente la incorporación de la modernidad; hacer fecundas las relaciones entre la fe cristiana y esa realidad que llamamos mundo moderno”. Son palabras de una de las mejores conocedoras del pensamiento de Poveda, Ángeles Galino.

Cuando, en 1911, la Institución Teresiana apareció en el escenario social, marcado por una fuerte ola de modernismo laicista y de confrontación ideológica, resultaba una propuesta educativa-cultural inédita, atrevida, relevante. Así la percibieron sus contemporáneos.
Setenta años después, cuando esta asociación laical ya estaba extendida en 30 países de los cuatro continentes, el Papa Juan Pablo II la calificó, de “una intuición profética” por dos veces: una en 1989, durante su visita al Santuario Mariano de Covadonga y otra el 23 de noviembre del 1990, durante una audiencia, en su biblioteca privada, con el Consejo de Gobierno de la Institución Teresiana. Hablar de intuición profética es referirse a su Fundador como profeta.
Fue en Covadonga, leyendo atentamente los signos de su tiempo y mirando la Imagen de la Santina, en donde el joven canónigo, recibió la inspiración de organizar el primer movimiento de fieles laicos, con una misión y características propias, entonces originales, y a la vez enraizados en el estilo y espíritu de los primeros cristianos.
 En 1934, dos años antes de su muerte, el mismo Poveda reconocía: “Hemos inaugurado un camino nuevo en la Iglesia…”: seglares asociados que ocupan un lugar de apostolado propio en la misión de la Iglesia. Y, a continuación, exponía su radical exigencia: “… Para esta Obra audaz, atrevidísima, si vale la frase –casi temeraria- se necesita extraordinaria vocación, santa chifladura de perfección, prurito de exquisitez espiritual, temple de mártir, celo de apóstol, monomanía de ciencia, obsesión de edificación.”  
El Concilio Vaticano II sin duda el gran acontecimiento renovador eclesial de principios de la década de 1960, declaró contundentemente que todos los bautizados están llamados a la santidad y que todos los fieles laicos son agentes corresponsables de la misión cristiana de anunciar la Buena Noticia. Poveda anticipó – con intuición profética como dice Juan Pablo II- esta declaración eclesial de modo práctico, al inaugurar medio siglo antes, un “camino nuevo” para los fieles laicos: hombres y mujeres de vida interior intensa, inmersos en el contexto mundano, a la intemperie, cristianos de a pie, cuyo lugar estaba en donde todos, entre las gentes, en las estructuras comunes, singularmente en las educativas y culturales. Un cristianismo con pretensión cultural, es decir llamado a la acción transformadora de la cultura, de acuerdo con el Evangelio. Si la fe no se hace cultura, se muere. Cada época supone una oportunidad para una nueva inculturación del Evangelio.
A este modo de ser y estar lo llamó Poveda “la Encarnación bien entendida”. Encarnación González, postuladora de su causa de canonización, afirma que la más genuina formulación del carisma recibido por Poveda, que desde muy pronto se definió a sí mismo como “instrumento” en manos del Señor, está condensado en este breve texto redactado tempranamente por el Fundador en 1915 que refiriéndose a Teresa de Jesús, pretendía explicar el “carácter eminentemente humano de aquella vida toda de Dios.”
Entramos así en el último tramo de nuestra charla:

¿Qué sintonías encontró Poveda en Teresa de Jesús como rasgo identitario de su Obra?
Creo que a lo largo de esta exposición han ido asomando. Ahora voy a enumerar lo que me parece más sobresaliente con la clara conciencia de que este tema exigiría no digo una, sino un ciclo de conferencias. Quisiera, al enumerar estos rasgos, que los reciban también como la actualidad que el mensaje de Teresa de Jesús tiene para hombres y mujeres del siglo XXI.
Y el primer rasgo que atrae a Poveda y, que considero inclusivo de todos los demás es su humanismo.
 La manera como el Fundador describe a Santa Teresa “eminentemente humana y toda de Dios”, nos da la clave para comprender la inspiración que la Santa supuso para su Obra: un estilo de mujer basado en el talante femenino de Teresa de Jesús, como encarnación del verdadero humanismo que él buscaba para sus seguidores. Y dadas las carencias en la Iglesia de su tiempo de la figura propia del laico, era lógico que el autor buscara modelos para su incipiente Obra. Por eso vuelve la mirada a los hombres y mujeres de la Iglesia primitiva, donde encuentra inspiración para la naturaleza laical de los miembros de la IT y a Santa Teresa, no en su perfil existencial de una religiosa contemplativa, la espiritualidad de la IT no es carmelitana sino teresiana- en las categorías teológicas de hoy llamamos de encarnación- , sino en esa conjunción acabada de lo divino y lo humano en una mujer. Teresa de Jesús- escribe Dolores Gómez Molleda, significó para Poveda el ápice de lo humano –de lo humano divinizado-, de una plenitud espiritual cabal, potenciada desde dentro por el Dios encarnado.
Pedro Poveda escribe: “En un artículo, suscrito por un padre agustino, leo las siguientes frases: «Con sólo atender al carácter eminentemente humano de aquella vida, por otra parte toda de Dios, henchida totalmente de Dios y consagrada por entero al servicio de Dios es, sin género de duda, Santa Teresa de Jesús una de las almas más generosas y simpáticas que han descendido a este mundo».
   ¿Qué quiero decirte al enviarte esta copia? Lo adivinas, para qué decirlo. Carácter eminentemente humano ¡Si vieras cuán persuadido estoy de ello! Es decir lo vive en primera persona y así lo transmite- Las obras de nuestra Madre lo dicen, de las lecturas de sus libros se desprende. Yo deseo que nuestra Obra sea así. ¿No te parece un acierto que nuestra empresa lleve el nombre de teresiana?
   Aquella vida toda de Dios. Así ha de ser la vida de las teresianas; toda de Dios. Pero siendo de Dios toda, debe distinguirse por el carácter eminentemente humano, el cual, informado por una vida toda de Dios, se perfecciona, pero no se desnaturaliza. Que así fuera nuestra Madre ¿quién lo duda? Y que porque lo fue conquistó tan universal simpatía, ¿cómo no reconocerlo?
Y continúa el autor:
La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan para quien lo entiende la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al mismo tiempo, humano, con el humanismo verdad .
Es esta humanidad verdadera, alimentada en el encuentro con Cristo-amigo, que potencia a la persona sin despersonalizarla, la que Poveda quiere no sólo para los amigos fuertes de Dios, que deben ser los miembros de su obra, sino para toda la IT: su espíritu, sus ambientes pedagógicos, sus prioridades, sus métodos de acción.
Este misterio de la encarnación marca la experiencia cristiana. Es misterio insondable. Jesús acaba con la división entre sagrado y profano, cielo y tierra. Está en la sinagoga pero también en la barca, en las casas. Lo sagrado es él, el templo es él y en él todas las personas son sagradas también. Las personas son lo más importante. Jesús transforma profundamente la concepción de religión, de sacerdocio, de ser humano, de Dios mismo. Dios no está en los cielos, lejos de las personas, Dios está con nosotros, actuando en nuestra historia, recreando la creación. Ésta no está terminada, Dios está aconteciendo, está creando, por la fuerza de su espíritu en este presente histórico.
Teresa desmentía en su persona los humanismos emergentes en la época de Poveda que veían un antagonismo entre apertura a Dios y plenitud de lo humano y como buen pedagogo, Poveda sabía que ofrecer un modelo valía más que mil discursos.
La teóloga Felisa Elizondo escribe: “la religación a Dios como constitutiva de lo humano fue una convicción de base en el humanismo de Poveda, como lo fue en su propuesta educativa: identificó la más alta manera de ser humano con la acogida del Dios que crea y recrea nuestro ser”.
Y es precisamente esta humanidad de Teresa la que hizo de ella una persona atrayente. Otro de los rasgos que quiere Poveda para sus seguidores. Porque los hombres y mujeres en los que piensa Poveda tienen que vivir en medio del mundo pero siendo “sal de la tierra”, dando sabor a lo que es insípido en los lugares por donde pasa y en el trato con las personas. Haciendo amable la virtud; alejándose de una intempestiva intransigencia –el límite de vuestra tolerancia debe ser el pecado- escribía. Dejad que cada uno sea como Dios lo permita, pero vosotras sed para con todos como debéis. En suma, cuando el autor habla de espíritu atrayente hemos de leerlo en la perspectiva de espiritualidad de encarnación. De encarnación entrañada en el mundo y de vidas sanadoras a lo divino. En esto también la mejor palabra es la misma Teresa. De una testigo de primera hora, íntima amiga de la Santa son estas palabras: “a este tiempo me llamó el Señor a la religión y lo que me hizo ir tras ellas, fue la suavidad y conversación de nuestra buena Madre”. Y ahí tenemos la célebre frase de Camino: “Mientras más santas, más conversables con sus hermanas. Para aprovechar y ser amada que es lo mucho que hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos.” La amabilidad del cristianismo para Poveda es una condición inherente de una obra que quiere ejercer “saludable influencia en el mundo” y que, por tanto está llamada a entrar en diálogo con el sistema de significaciones de las culturas contemporáneas; pero, además, que “fascina” y atrae porque acredita con sus hechos la buena nueva del Reino. Este sentido de animación de lo temporal es lo que Poveda exigía de sus seguidores. Estáis llamados a ser sal de la tierra; él escribe refiriéndose a sus seguidores:
“Debe trabajar de tal manera, expresarse de tal modo, obrar siempre con tan
buen espíritu, tratar al prójimo con tanto agrado, prodigarle tales consuelos, llevar a su ánimo una persuasión que sazone toda su vida ... la sal de la virtud, del amor de Dios, de la verdadera caridad, de la abnegación, del sacrificio... cauterizar las llagas y heridas de la humanidad…por la abnegación, el sacrificio, el propio martirio, la propia inmolación”
¡Qué lejos quedan de Teresa y de Poveda los profetas de calamidades de los que más tarde hablaría San Juan XXIII y de los que tanto abundan hoy en día en ciertos ambientes eclesiásticos¡

Otra actitud que encontramos en Poveda en referencia a Santa Teresa es la audacia o la “santa osadía” para la misión. La santa osadía es grande en sus deseos y, al mismo tiempo, es realista, coherente y determinada, pues comienza haciendo lo que es posible para que se pueda hacer “cada día más y mejor”.
Teresa nos enseñó que el encuentro con el Dios vivo, fundamenta el “ánimo para grandes cosas”. “Es imposible tener ánimo para grandes cosas quien no entiende que es favorecido por Dios”. Lo primero es la experiencia de sentirse amado; el fruto: el compromiso con las “grandes cosas” que, en definitiva, se concretan en el amor al prójimo.
Pedro Poveda nos insta a “comenzar haciendo”. Y comenta para sus seguidores el texto teresiano “pobre alma la que hasta en deseos se contenta con poco”. Sin ilusiones: Un amor de obras y de verdad.

La espiritualidad de Santa Teresa como la de Poveda, está tejida de realismo y esperanza. La persona humana es traída a "su lugar" como límite, pero también y, especialmente, como posibilidad. El realismo de ambos está atravesado de trascendencia, de la fuerza de la resurrección, de la Pascua. La presencia de la Humanidad sagrada de Cristo en sus vidas es una presencia del crucificado-resucitado. La riqueza cristológica concede a la espiritualidad teresiana y Povedana un matiz de esperanza fundada. De ella viene el deseo de la praxis y del servicio que pide hasta el martirio. El ideal nunca es alcanzado, pero sirve como horizonte y como camino. Mientras tanto, la tensión entre lo real y lo ideal puede presentar la trampa del idealismo inmovilista. El demonio, como dice Teresa, se alegra cuando las personas se contentan con poco por falsa humildad. Y Teresa lo rechaza firmemente. Por el contrario, debe hacerse todo lo que está a nuestro alcance. Hoy en día hay déficit de espíritu apostólico y se echan en falta cristianos laicos y laicas que asuman la misión del anuncio de Dios como tarea central de vida. Santa osadía para la misión.

Detrás de estas exigencias Povedanas a los amigos fuertes de Dios que quiere sean sus seguidores, está su convicción de que “sólo poniendo a Dios en el corazón” se es instrumento de su amor solícito y sin medida al mundo. De múltiples maneras incidirá en la necesidad de beber de la fuente que alimenta el ser desde dentro, y de alimentarse del agua de la vida en la oración y el encuentro con Dios. Y también aquí Poveda encuentra en Santa Teresa un referente y una maestra de oración para la IT.
Y quisiera hacer una anotación que tiene un mismo acento en Teresa y Poveda: para ambos, la pedagogía oracional es una antropología. No se trata de hacer oración, de los actos, aunque también, sino de ser orantes que es lo mismo que ser amigos fuertes de Dios. La Santa contempla al hombre como vocación de Dios, habitado por dentro y llamado a una relación de amistad. Poveda otro tanto. La oración dinamiza todo el ser, da la capacidad de amar, de realizar grandes obras. Para enfatizar la importancia de la oración, Teresa dice que la persona que se aleja de ella está interiormente anquilosada y es comparable a un cuerpo con parálisis. Está deshumanizada, alienada de sí; se vuelve incapaz de ser fiel a sí misma y a Dios. Igualmente Poveda ve en la oración una fuente de dinamismo interior, que articula lo profundo de la persona con una inteligencia clara y un corazón entregado. Y lo contrario, es el “enfermo espiritual”, habla Poveda, comienza perdiendo la voz, o sea, el diálogo con Dios. En seguida, “pierde la inteligencia” y llega rápidamente a la “parálisis del corazón”. Aún más: donde se percibe ausencia de oración más adelante se encontrarán “la oscuridad de las inteligencias y la insensibilidad de los corazones”. La oración forma al amigo fuerte de Dios hasta decir “que es la única fuerza con que cuenta la obra teresiana.”
Finalmente hablaré de una de las características más genuina de la vida de Santa Teresa –no siempre de las más conocidas – que es la formación de una red de comunicación y solidaridad alrededor de su persona y de su actividad fundadora, a través de las cartas. También en esto Poveda no se queda atrás.

Es famosa la expresión de la Santa en el libro Camino de Perfección: “deudo y amistad se pierde con la falta de comunicación”. Su actividad comunicativa, sin embargo, sobrepasó el círculo de amistades y parientes. Sobrepasó también el ámbito eclesial y pasó al político. Hoy tenemos publicadas cerca de 450 cartas. Pero podrían ser por lo menos 10.000 y, según algunas proyecciones hasta 20.000 las cartas escritas. La mayor parte, escritas en los últimos 14 años de su vida.
Sin las redes de información y comunicación, de solidaridad y amistad así constituidas, nos podemos preguntar si habría sido posible realizar la Reforma.
Esta capacidad de apertura y comunicación, de mantener amistades y relaciones con hombres y mujeres, laicos y clérigos, ricos y pobres, de solicitar ayudas, de coordinar esfuerzos y recursos económicos se une al llamado de Pedro Poveda de “unir esfuerzos” con otros. Configura la espiritualidad de encarnación e ilumina la necesidad actual de buscar superar el aislamiento y el individualismo a través de la formación de redes. Desde este punto de vista la comunicación se da no sólo en relación a las personas concretas que entran en diálogo en un determinado momento, se da también en relación a sus culturas. En el encuentro y la comunicación los hombres y las mujeres no sólo se dan a conocer a sí mismos y se reconocen recíprocamente, sino que juntos reconocen y forman el común patrimonio de ideas, valores, de modelos de comportamientos y de expresión que llamamos cultura.
Asistimos a la paradoja de que el ensanchamiento de las posibilidades comunicativas no asegura la comunicación. Teresa y Poveda son maestros en el arte de comunicar.
Teresa es una mujer atenta, crítica y activa delante de los acontecimientos de su tiempo. El siglo XVI español – lo hemos visto-.
Llama la atención la actitud de apertura de Teresa ante las situaciones en los diversos continentes y su interés por diversos aspectos de la vida y del conocimiento. Las ventanas de Teresa están abiertas a Europa, a América y también a África. Su ansia de comunicación le daba un sentido universal: interés por las tierras más allá del mar, por las corrientes de espiritualidad, por la filosofía, por la teología, por la Biblia, por los fenómenos de la naturaleza, por el ser humano en su salud y psicología. Por las contiendas internas de la familia. Por las contiendas eclesiales de la reforma.
Es un axioma para Pedro Poveda “tener el corazón y la cabeza en el momento presente”. El estudio, para él, que con la oración constituye la forma sustancial de la Institución Teresiana ofrecerá las claves hermenéuticas necesarias para comprender y actuar en el mundo con categorías siempre renovadas.
Quisiera terminar mi intervención con una frase del Fundador que espero a estas alturas de mi intervención haber dejado bien probada, y que yo pienso que cuando Poveda La escribió quizá salió al paso de quienes se preguntaran cómo puede una monja de clausura del siglo XVI ser referente y modelo para un seglar del siglo XXI
“Desde el principio de la Obra fue mi propósito que las teresianas estudiaran, conocieran, aprendieran y reflejaran en sus vidas el verdadero y genuino espíritu de nuestra santa madre Teresa de Jesús, porque nunca creí que éste fuera incompatible con la actuación que las hijas de Santa Teresa habían de tener en el mundo.”

Muchas gracias



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