sábado, 15 de abril de 2017

MUERTOS EN LA CRUZ

“Donde está el infierno, allí está Dios”
San Juan (19:31-37) 31

Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado (pues aquel sábado era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. 32 Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. 33 Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. 34 Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. 35 Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. 36 Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No se le quebrará ningún hueso. 37 Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
¿Dónde está el infierno? El infierno se encuentra en cualquier lugar donde se desacraliza a la persona humana. ¿Qué significa desacralizar a la persona humana? Significa hacer de la persona un objeto, una cosa. Allí donde la persona humana deja de ser un fin y se convierte en un medio de uso y de abuso, ¡allí está el infierno! Esto nos ayuda a entender el significado de la cruz en tiempos de Jesús: morir crucificado era algo infernal.

La cruz era un invento de los persas que pasó posteriormente a los griegos, y de ellos pasó al imperio romano, como una forma de ejecución absolutamente cruel. Para los propios romanos, morir en la cruz tenía un significado obsceno. Era ignominioso morir en la cruz. Era un tipo de muerte infamante, donde a la persona desnuda, colgada sobre el madero, le era arrebatada cualquier resto de dignidad, de respeto, de consideración. Y fijaos, si para los romanos morir en la cruz era algo ignominioso, más aún para los judíos. Hay una frase muy curiosa en el Deuteronomio - el quinto libro de la biblia -, donde se dice: “El que cuelga de la cruz es un maldito de Dios, el hombre que cuelga del madero es un maldito de Dios”. Si para los romanos morir en la cruz tenía un significado infamante, para los judíos, además de infamia, la muerte de un crucificado tenía un componente religioso. El hombre crucificado era considerado, según la escritura, como alguien sobre el que había caído la maldición de Dios. Por lo tanto, para un judío, lo radicalmente contrario a la presencia de Dios era un crucificado que colgaba de un madero. Podemos entender así el desconcierto que provocó en los propios discípulos, que eran judíos, contemplar al Maestro morir en la cruz. Fue un shock del que difícilmente pudieron recuperarse: “Si Jesús, el Maestro, ha muerto en la cruz, no puede venir de Dios, porque la misma escritura nos dice que el que muere en la cruz no puede venir de Dios”, así razonaban ellos.
Sin embargo, poco a poco, y a la luz de la resurrección, ellos fueron abriéndose al escándalo: ¡Dios se revela en su contrario! ¡Dios se manifiesta donde no se le esperaba! ¡Dios acontece donde tú jamás hubieras pensado! Así de sorpresivo es Dios. De este modo, aquellos cristianos descubrieron que, el lugar de la infamia, el lugar de la desacralización del hombre, ¡la cruz!, ¡ese lugar infernal!, era el lugar donde Dios manifestaba, de modo más potente, más prístino, más puro, su amor por todos nosotros. No podemos quedarnos en el primer Viernes Santo. Deberíamos regresar a éste, y deberíamos volver a preguntarnos dónde está hoy el infierno, porque si yo sé dónde está hoy el infierno, voy a saber dónde está Dios hoy. Leía esta mañana algo que me ha provocado un poco de estremecimiento. Leía que en Europa una vaca europea, una vaca de leche - una vaca, un animal -, recibe una media de cuatro euros al día, por subvención. Y se decía también que en África, una persona tiene que vivir con un euro al día, en este caso no subvencionado. Era curioso porque el que escribía esta noticia decía: “trae más cuenta ser una vaca en Europa, que una persona en África”. ¡Si ilumináramos estas situaciones sangrantes que vivimos en nuestro mundo, desde la cruz de Cristo, para nosotros los cristianos, se haría la luz! Cristo eligió morir como un maldito de Dios, eligió morir en el altar de la mayor desacralización de la persona humana que existía en la antigüedad, eligió morir en el infierno. Pues bien, si tú quieres encontrar a Cristo hoy, si quieres descubrir la manifestación portentosa de Dios hoy, vete a los infiernos. Vete a aquellos lugares donde el hombre ha sido despojado de su dignidad, vete a aquellos lugares donde la persona humana ha sido desacralizada y convertida en un medio, en una cosa, en un objeto. Y ahí vuelve a acontecer el Viernes Santo porque Dios toma lo necio, lo despreciado de este mundo, la basura de nuestra historia y, en ese basurero de nuestra historia, elige habitar, elige manifestarse. Ahí es donde elige volver a hacer brillar su amor salvador para todos nosotros. “Mirarán al que atravesaron”, hemos escuchado al final de esta lectura de la Pasión de san Juan. Mirar al que atravesaron es mirar a los infiernos de este mundo. No nos asustemos de ellos, no nos asustemos de los basureros. ¡Vayamos a ellos aportando todos nosotros, tú y yo, esa unción y ese aceite del consuelo que siempre es y será la buena noticia del evangelio!

No hay comentarios:

Publicar un comentario