lunes, 10 de abril de 2017

SEMANA SANTA. No me lavarás los pies jamás


“¿Soportaré que haya un Dios y que no sea yo?”
San Juan (13:1-11)

6.... Llegó, pues, a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies a mí?
7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.
9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza.
10 Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
11 Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos estáis limpios.



¿Soportaré que haya un Dios y que no sea yo? Me parece que esto conecta muy bien con la experiencia que todos tenemos de nosotros mismos. Si hubiera un Dios, ¿quién mejor para ser Dios que yo mismo? Esto es un retrato perfecto de la historia de la humanidad. La historia de los hombres y mujeres de este mundo, desde los orígenes, se cifra justamente aquí. Ese relato, con el cual se abre la biblia, del primer pecado, Adán y Eva, está haciendo referencia a esto que os comento. El maligno, Satanás, seduce a la mujer con el siguiente argumento: “si comes del fruto del árbol que se te ha prohibido comer, serás como Dios”. Desde ese momento, todos, en alguna ocasión, hemos pensado así: si hubiera Dios, ¡qué mejor candidato para serlo, que yo mismo!
Y fijaos, ¿cuál es la característica fundamental de Dios, de los dioses? La característica fundamental es que son todopoderosos. O de otra manera, la característica fundamental de los dioses es el poder. Por tanto, la historia de la humanidad se resume en eso: una historia dislocada, denodada, de los hombres y mujeres de este mundo, para alcanzar poder. 


Me parece que sería una clave preciosa que aplicáramos esto a nuestra propia vida. Incluso cuando ninguno de nosotros somos gente importante, ni salimos en la televisión, ni tenemos altos cargos directivos… sin embargo, todos, en nuestro pequeño espacio, lo que pretendemos es poder más que los otros. Y esto es tan desgastante… Queremos poder más que el otro físicamente; poder más que el otro intelectualmente; poder en la toma de decisiones, por encima del otro; poder para mandar y decidir en la vida del otro. Y fijaos, el poder lo que provoca es que vivamos siempre en una violencia soterrada: la violencia que genera el pretender poder, más que los demás, más que el marido, más que la mujer, más que la vecina, más que el
compañero de trabajo, más que el padre, más que los hijos... ¿Soportaré que haya un Dios y que no sea yo?
Y, sin embargo, cuando Dios aparece en nuestro mundo, precisamente el Dios verdadero, y no nosotros, que somos imitadores torpes de Dios, cuando el Dios verdadero aparece en nuestro mundo, Él nos dice: “Yo tengo poder, claro que sí, pero el poder nunca va de arriba a abajo, el poder nunca va de arriba a abajo, sino que el verdadero poder siempre va desde abajo hacia arriba”. Por este motivo, Jesús, en la noche en la que va a ser entregado, se quita el manto, coge la jofaina, se arrodilla y nos demuestra su poder: precisamente como servicio, como humillación, como un acto amoroso de entrega a los suyos.
Ahora podemos comprender la curiosa reacción de Pedro. Él estaba entendiendo perfectamente lo que Jesús quería decirles y, por eso, en una especie de argucia, pretende escamotear el gesto de Jesús. So capa de humildad, Pedro dice: “Tú no me lavarás los pies a mí”. Él sabía que si se dejaba lavar los pies por el Maestro, lo que le esperaba era lavar los pies de todos los demás. Y Jesús responde de una manera casi agresiva, virulenta, displicente: “Muy bien, si tú no me dejas lavarte los pies, tú no tienes nada que ver conmigo. No tienes que ver conmigo porque no has entendido nada de lo que yo quiero transmitiros”. En ese momento, Pedro se rinde y dice: “Señor, los pies y lo que haga falta”.
Ésta es la clave fundamental que deberíamos acoger en nuestra vida, en esta tarde del Jueves Santo. Dios demuestra su poder como servicio. Dios demuestra su grandeza como pequeñez. Dios se manifiesta como el hacedor de todas las cosas entrando por la puerta de atrás. De esta manera, pretende salvarnos, pretende rescatarnos de algo que provoca tanto sufrimiento y tanta destrucción, en la historia de los hombres, como es la pretensión de poder. Las guerras, los conflictos, la violencia, el dolor que nos causamos unos a otros… proviene justamente de esta raíz, que es la raíz del maligno: pretender ser más que el otro, pretender dominar al otro, pretender vencer al otro, pretender ser verdugo del otro. Jesús nos dice: “Yo estoy del lado de los vencidos, estoy del lado de las víctimas, estoy del lado de los perdedores”.
Y esta es la pregunta: ¿quién de los que estamos aquí quiere perder? ¿quién de los que estamos aquí quiere ser vencido? ¿quién de los que estamos aquí quiere ser víctima? Esta es la gran cuestión: dejarse lavar los pies por Jesús es elegir estar de parte del vencido, de parte del perdedor, de parte de la víctima.

¡Vamos a intentar que esta escena bellísima del lavatorio de los pies, cale en nosotros en esta tarde de Jueves Santo! ¡Vamos a sentir que, de verdad, Jesucristo se acerca a nosotros y pretende lavarnos los pies! ¡Vamos a interiorizar que el poder nunca va de arriba abajo; el poder verdadero, que es el poder de Dios, siempre va desde abajo hacia arriba!

No hay comentarios:

Publicar un comentario