“¿Soportaré que haya un Dios
y que no sea yo?”
San Juan (13:1-11)
6.... Llegó, pues, a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor,
¿tú me lavas los pies a mí?
7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo
comprendes ahora; mas lo entenderás después.
8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le
respondió: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.
9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino
también las manos y la cabeza.
10 Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino
lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros estáis limpios, aunque no
todos.
¿Soportaré que haya un Dios y
que no sea yo? Me parece que esto conecta muy bien con la experiencia que todos
tenemos de nosotros mismos. Si hubiera un Dios, ¿quién mejor para ser Dios que
yo mismo? Esto es un retrato perfecto de la historia de la humanidad. La
historia de los hombres y mujeres de este mundo, desde los orígenes, se cifra
justamente aquí. Ese relato, con el cual se abre la biblia, del primer pecado,
Adán y Eva, está haciendo referencia a esto que os comento. El maligno,
Satanás, seduce a la mujer con el siguiente argumento: “si comes del fruto del
árbol que se te ha prohibido comer, serás como Dios”. Desde ese momento, todos,
en alguna ocasión, hemos pensado así: si hubiera Dios, ¡qué mejor candidato
para serlo, que yo mismo!
Y fijaos, ¿cuál es la
característica fundamental de Dios, de los dioses? La característica
fundamental es que son todopoderosos. O de otra manera, la característica
fundamental de los dioses es el poder. Por tanto, la historia de la humanidad
se resume en eso: una historia dislocada, denodada, de los hombres y mujeres de
este mundo, para alcanzar poder.
Me parece que sería una clave preciosa que aplicáramos esto a nuestra propia vida. Incluso cuando ninguno de nosotros somos gente importante, ni salimos en la televisión, ni tenemos altos cargos directivos… sin embargo, todos, en nuestro pequeño espacio, lo que pretendemos es poder más que los otros. Y esto es tan desgastante… Queremos poder más que el otro físicamente; poder más que el otro intelectualmente; poder en la toma de decisiones, por encima del otro; poder para mandar y decidir en la vida del otro. Y fijaos, el poder lo que provoca es que vivamos siempre en una violencia soterrada: la violencia que genera el pretender poder, más que los demás, más que el marido, más que la mujer, más que la vecina, más que el
Me parece que sería una clave preciosa que aplicáramos esto a nuestra propia vida. Incluso cuando ninguno de nosotros somos gente importante, ni salimos en la televisión, ni tenemos altos cargos directivos… sin embargo, todos, en nuestro pequeño espacio, lo que pretendemos es poder más que los otros. Y esto es tan desgastante… Queremos poder más que el otro físicamente; poder más que el otro intelectualmente; poder en la toma de decisiones, por encima del otro; poder para mandar y decidir en la vida del otro. Y fijaos, el poder lo que provoca es que vivamos siempre en una violencia soterrada: la violencia que genera el pretender poder, más que los demás, más que el marido, más que la mujer, más que la vecina, más que el
compañero
de trabajo, más que el padre, más que los hijos... ¿Soportaré que haya un Dios
y que no sea yo?
Y, sin embargo, cuando Dios
aparece en nuestro mundo, precisamente el Dios verdadero, y no nosotros, que
somos imitadores torpes de Dios, cuando el Dios verdadero aparece en nuestro
mundo, Él nos dice: “Yo tengo poder, claro que sí, pero el poder nunca va de
arriba a abajo, el poder nunca va de arriba a abajo, sino que el verdadero
poder siempre va desde abajo hacia arriba”. Por este motivo, Jesús, en la noche
en la que va a ser entregado, se quita el manto, coge la jofaina, se arrodilla
y nos demuestra su poder: precisamente como servicio, como humillación, como un
acto amoroso de entrega a los suyos.
Ahora podemos comprender la
curiosa reacción de Pedro. Él estaba entendiendo perfectamente lo que Jesús
quería decirles y, por eso, en una especie de argucia, pretende escamotear el
gesto de Jesús. So capa de humildad, Pedro dice: “Tú no me lavarás los pies a
mí”. Él sabía que si se dejaba lavar los pies por el Maestro, lo que le
esperaba era lavar los pies de todos los demás. Y Jesús responde de una manera
casi agresiva, virulenta, displicente: “Muy bien, si tú no me dejas lavarte los
pies, tú no tienes nada que ver conmigo. No tienes que ver conmigo porque no
has entendido nada de lo que yo quiero transmitiros”. En ese momento, Pedro se
rinde y dice: “Señor, los pies y lo que haga falta”.
Ésta es la clave fundamental
que deberíamos acoger en nuestra vida, en esta tarde del Jueves Santo. Dios demuestra
su poder como servicio. Dios demuestra su grandeza como pequeñez. Dios se
manifiesta como el hacedor de todas las cosas entrando por la puerta de atrás.
De esta manera, pretende salvarnos, pretende rescatarnos de algo que provoca
tanto sufrimiento y tanta destrucción, en la historia de los hombres, como es
la pretensión de poder. Las guerras, los conflictos, la violencia, el dolor que
nos causamos unos a otros… proviene justamente de esta raíz, que es la raíz del
maligno: pretender ser más que el otro, pretender dominar al otro, pretender
vencer al otro, pretender ser verdugo del otro. Jesús nos dice: “Yo estoy del
lado de los vencidos, estoy del lado de las víctimas, estoy del lado de los
perdedores”.
Y esta es la pregunta: ¿quién
de los que estamos aquí quiere perder? ¿quién de los que estamos aquí quiere
ser vencido? ¿quién de los que estamos aquí quiere ser víctima? Esta es la gran
cuestión: dejarse lavar los pies por Jesús es elegir estar de parte del
vencido, de parte del perdedor, de parte de la víctima.
¡Vamos a
intentar que esta escena bellísima del lavatorio de los pies, cale en nosotros
en esta tarde de Jueves Santo! ¡Vamos a sentir que, de verdad, Jesucristo se
acerca a nosotros y pretende lavarnos los pies! ¡Vamos a interiorizar que el poder
nunca va de arriba abajo; el poder verdadero, que es el poder de Dios, siempre
va desde abajo hacia arriba!
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