En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Un símbolo es una realidad que habla más que las palabras.
Por eso, los símbolos no se explican, porque si uno necesita explicar el
símbolo, el símbolo deja de ser tal. O de otra manera, utilizamos los símbolos
para expresar cosas a las que no llegan las palabras. Así, la clave fundamental
de lo simbólico es que se expresa por sí mismo.
"Y la Palabra se hizo diálogo"
El evangelio de hoy es tremendamente simbólico porque
Jesús explica quién es Él, no con palabras, sino con un símbolo, y nos dice:
“Yo soy el pan que da la vida”. Esa imagen, ese símbolo, que además expresa lo
que venimos a hacer todos los domingos aquí en la eucaristía, debería bastar
por sí mismo, porque lo simbólico es tan potente, tan sugerente, tan evocador,
que nos transporta a un mundo nuevo de significado. ¿Qué quiere decir Jesús con
“Yo soy el pan que da la vida”? Está expresando cómo entiende Él su propia
existencia, su misión aquí en el mundo.
Pensaba
a este propósito que los alimentos solamente son capaces de alimentarnos si se
destruyen. Fijaos qué paradójico: si no destruimos el alimento, ese alimento no
es capaz de nutrirnos y, por ello, todos los alimentos tienen que ser
masticados, tienen que ser despedazados por los dientes, tienen que ser
destrozados, para que puedan pasar a nuestro estómago y de ahí alimentar a
nuestro organismo. Como podéis entender, la imagen que Jesús nos propone de su
propia existencia no es fácil, porque al decir que Él es el pan, no está
diciendo algo facilón o melifluo, sino que está expresando, de un modo
tremendamente dramático, cómo entiende Él su misión en medio de los hombres.
Decir “Yo soy pan” significa: estoy dispuesto a ser destruido por vosotros. Decir
“Yo soy pan” significa: estoy dispuesto a ser despedazado por vosotros. Decir
“Yo soy pan” es mostrar cómo Jesús se confronta personalmente con un estilo de
vida que es dramático: “He venido aquí para daros vida”. Y paradójicamente,
quizá de un modo difícil de entender, solamente se da vida dejándose triturar,
dejándose despedazar, dejándose romper: “por eso soy pan que alimenta a este
mundo y que da vida en abundancia”.
Pensaba a este respecto que tú, yo, nosotros, podemos
elegir ser pan o roca, ser pan o ser piedra. Porque la piedra es compacta; la
piedra, aunque la tires, no se rompe. La piedra se mantiene en su ser. Pero las
piedras no son capaces de alimentar a los hombres, no son capaces de nutrirnos,
ni de darnos vida. No se romperán, es cierto, pero no serán capaces de cambiar
nada, de modificar a nadie, de transformar a ninguna persona. Jesús dice: “Yo
soy pan”; no dice: “Yo soy piedra”. Cuando nos reunimos a celebrar la
eucaristía es como si el evangelio, y el mismo Cristo, nos pusiera ante la
alternativa: ¿tú qué has elegido en tu vida, ser pan o piedra? Sería una
pregunta preciosa, para cada uno de nosotros. Decía san Pablo, en la segunda
lectura: “fijaos bien cómo andáis”. ¿Cómo andáis? ¿cómo ando? ¿como piedra o
como pan?
Ya sabéis lo que se dice en los pueblos: “de lo que se
come se cría”. Ese es el misterio de la eucaristía: “de lo que se come se
cría”. Aquí no repartimos piedras, aquí repartimos un “Pan de vida”. Pues el
que come pan, ¡que se haga pan, dispuesto a dejarse triturar, dispuesto a dejarse
destruir, dispuesto a partirse y repartirse para dar vida a este mundo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario