domingo, 31 de diciembre de 2017

FIESTA DE LA FAMILIA

Resultado de imagen de fAMILIA“El miedo es lo contrario del amor”
              Habitualmente pensamos que lo contrario del amor es el odio, y creo humildemente que estamos equivocados. Lo contrario del amor no es el odio, lo contrario del amor es el miedo. Donde no hay amor puede ser que no haya odio, pero sí es seguro que, donde no hay amor, hay miedo, mucho miedo. Por eso, san Juan, que es el gran teólogo de la Navidad, nos dice, en una de sus cartas, que el amor expulsa al miedo.


              ¿Por qué os digo esto? Porque creo que puede ser una clave interesante para contemplar el misterio de la familia, en relación a la Sagrada Familia de Nazaret. Me gusta decirles a los padres: “¿Qué es lo mejor que podéis hacer por los hijos? Lo mejor que se puede hacer por los hijos es que los esposos se quieran”. Muchas veces esto se confunde y, el nacimiento de un hijo, hace que se descuide la pareja, centrándonos, focalizándonos, en esa nueva vida que ha venido al mundo. Esa focalización, lo que produce es que invadamos el espacio vital del niño. ¿Qué es lo mejor que podemos hacer por un niño? Se lo digo a los matrimonios: lo mejor que se puede hacer es que la pareja se ame. Cuando la pareja se ama, el niño crece al amparo de un amor más grande, el niño crece con suelo bajo sus pies. Un niño que ha crecido al amparo de unos padres, de un matrimonio cohesionado, es un niño saludable, que va a tener auto-estima, que va a encarar la vida sin miedo, que va a ser capaz de superar con soltura los complejos que todos arrastramos, de una u otra manera, a lo largo de nuestra existencia. Sin embargo, cuando el matrimonio no funciona, cuando no hay reciprocidad entre los esposos, ni complicidad entre ellos, ese niño no se siente amparado y, por lo tanto, va a crecer con una herida, una herida, más o menos profunda, que arrastrará a lo largo de su vida.
              Por eso la clave de nuestra salud física, espiritual, psicológica se encuentra en el amor. No hay aporte más bello, más significativo, que se le pueda hacer a la persona, que haber nacido en el seno de una familia cuyos padres siempre se amaron. Por esto que estoy diciendo, comprenderéis lo compleja que es esta realidad a la que llamamos familia. Ciertamente, la familia puede amparar a la persona, pero también la familia puede destruir a la persona. No quiero que los cristianos tengamos una idea romántica de la familia (que es muchas veces lo que se nos transmite en la Iglesia). Los cristianos tenemos que tener una mirada realista de esta realidad humana a la que llamamos familia; porque puede amparar a la persona, es cierto, pero también puede infringirle mucho dolor y mucho sufrimiento. Mirad, las heridas fundamentales que tenemos todos los que estamos aquí, fundamentalmente provienen del ámbito de la familia. La herida que nos infringe un ajeno se puede, más o menos, recolocar o superar con cierto garbo, pero las heridas que recibimos en el seno de la familia quedan para toda la vida, como marca que nos acompañará a lo largo de nuestra biografía.
              ¿Qué es lo que quiero decir, en definitiva? La clave fundamental para comprender este misterio de la familia reside en el amor de los esposos. Quiero repetirlo porque no me cansaré: cuando un hombre y una mujer encuentran complicidad en el amor, cuando un hombre y una mujer viven en reciprocidad, cuando un hombre y una mujer han descubierto que el amor que los une tiene vocación de eternidad, y que no es algo efímero que pasa, las personas que crezcan y se desarrollen al amparo de este amor, serán personas enteras, sanas, equilibradas. Por eso, la familia no es una cuestión privada, entre un hombre y una mujer determinados, la familia es una cuestión pública, es una cuestión social, es una cuestión política; porque vuelvo a repetir: el equilibrio de los ciudadanos, el equilibrio de las personas, tu equilibrio y el mío no puede provenir de otro lugar que no sea el seno de una familia.
              Como somos conscientes de la fragilidad de esta realidad humana, y somos conscientes de que no tenemos una imagen romántica de la familia, porque todos conocemos familias rotas, parejas desunidas, conflictos en el seno de las familias, lo que hacemos en este domingo es decirle al Señor: “No podemos, hazlo tú. Danos tu gracia Señor para ser capaces de recomponer nuestras familias, de modo que se conviertan en un lugar de inclusión de todos los miembros de la misma. Yo no puedo Señor, tú lo puedes”. Todos, como comunidad cristiana, pedimos a este Niño, nacido en Belén, que nos dé su gracia, esa fuerza que es la única que nos puede empujar a amar como sólo Dios sabe.

2 comentarios:

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  2. Del libro "Y la Palabra se hizo diálogo", de Don José Serafín Béjar Bacas.

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