miércoles, 21 de marzo de 2018

UNA PUBLICACIÓN INTERESANTE QUE NO SE QUEDA EN LA SUPERFICIE

Mujeres y Teología de Ciudad Real Marzo 2018 nº 50
somos cuerpo de cristo
El cuerpo de las mujeres ha sido la mayor parte
de la historia humana espacio de dominación,
violencia y explotación. Efectivamente, los cuerpos
de las mujeres han sido y aún son, para muchas,
“territorios ocupados”: modelados por varones,
golpeados, violados, vigilados, usados, castigados,
desechados, utilizados, manoseados… El cuerpo
ha sido espacio de cautiverio para las mujeres
cuyas vivencias tienen varias dimensiones: una
opresiva, definida por la propiedad y el control
de otros sobre el cuerpo, en tanto cuerpo-de-otro.



Y otras, en la que el cuerpo se le manifiesta a
cada mujer como una cosa que debe adaptar de
acuerdo con cánones sexuales, estéticos, morales,
de moda, de salud… en tanto cuerpo-para.
Ha sido el movimiento feminista quien ha
reivindicado los cuerpos de las mujeres como
lugares de experiencia creativa y de emancipación,
por eso, se ha posicionado enfrente de la opresión
y todas las formas de discriminación. El feminismo
aúna fuerza y fortaleza personal y grupal para
remontar la adversidad y avanzar en el desarrollo
vital; proporciona capacidades y habilidades para
encarar la vida; elimina opresiones al reforzar
derechos, oportunidades, recursos, desarrollo a
nivel personal y grupal.
Para el feminismo cristiano, el cuerpo es nuestra
presencia, manifiesta nuestro ser. El cuerpo nos
desvela en forma de lenguaje no verbal, con gestos,
posturas, expresiones, tonos de voz, modos de
vestir… El cuerpo es un lenguaje que nos descubre
más de lo que creemos y queremos. El cuerpo se
convierte en el lugar de la manifestación de nuestra
persona, de nuestros valores, de nuestra fe. En este
sentido puede mostrarse como revelación no sólo
de nosotras, sino de Dios.
Dios mismo se hizo presente en un cuerpo “El Verbo
se hizo carne” (Jn 1,14) y es que los seres humanos
no tenemos otra posibilidad de encontrarnos con
nosotros mismos, con los otros, lo otro y Dios sino
es a través del cuerpo que somos. El cuerpo es el
lugar de encuentro y de comunicación con las otras
personas y con toda la realidad, incluido Dios.
Es más, la Palabra de Dios dice: “Vosotros sois
el cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros es
una parte de él” (1 Cor 12,27). Para Pablo,
Cristo se encarna en el ser humano. Esto tiene sus
consecuencias. Ser-cuerpo-de Cristo es diferente
de pertenecer a Cristo o tener una buena relación
con Él. Porque el “pertenecer a” se sostiene
entre un yo y un tú, aunque pueda haber la más
profunda comunión. En cambio, el “ser cuerpo de”
constituye, modela mi ser y todos los otros seres en
el Ser Total, el Cristo, en quien vivimos y morimos
(Rm 8).
Por tanto, “vosotros sois el cuerpo de Cristo”,
“vosotras sois el cuerpo de Cristo”, “tú eres el
cuerpo de Cristo”. Ser cuerpo de Cristo para
nuestra fe no es un género literario. De lo que
Cristo es y hace participamos todas nosotras en
cuanto cristificadas, es decir, hechas Cristo por el
Bautismo. Sumergidas en su muerte y resurrección
ya no somos “otras” respecto de Él sino que
somos cristos-en-el Cristo, ungidas-en-el-Ungido,
entretejidas en su Ser.
Cristificadas, sí, pero libres de asumir o no nuestra
realidad crística. Nuestro camino de fe no es otra
cosa que ir avanzando, a menudo a tientas, hacia
una conciencia cada vez más profunda de nuestro
ser-cristo-en-el-Cristo.
Sin embargo, a lo largo de la historia cristiana,
esta realidad crística que nos configura a todos los
seres humanos por el bautismo, para las mujeres ha
sido comprendida en un sentido más bien “débil”,
mucho más próximo a lo metafórico que a lo real.
Y esto nos ha llevado, entre otros resultados, a una
Iglesia en la que no hay una igualdad real entre
bautizados y bautizadas, ni un reconocimiento
real.
Desde Sororidad no nos cabe el orgullo ni la rabia,
sí el desconcierto y el dolor, también la valentía y
la honradez y, por encima, el amor. Amor a la
Iglesia y amor a la verdad de la profunda dignidad
de las mujeres y de nuestro cuerpo, especialmente,
amor a los cuerpos-de-Cristo que son esos cuerpos
de mujeres agotados y extenuados por dobles o
triples jornadas laborales.
Mª Carmen Martín Gavillero
Mujeres y Teología. Ciudad Real

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